ambdues

Anna & Oscar

¿De qué hablamos cuando hablamos de (bi)sexualidad?

Muchas personas afirman que «la bisexualidad no existe». En cierto sentido, tienen razón. La Bisexualidad, como entidad absoluta, es algo irreal, claro que sí. Algo tan irreal como lo son La Homosexualidad o La Heterosexualidad. Lo que existen son historias humanas de deseo y diferentes maneras de dar cuenta de ellas a través de las palabras. La elección de una palabra o de otra (o de ninguna) para dar «título» a esa narrativa, es producto de numerosas circunstancias, entre las que se tienen un lugar privilegiado el contexto social y cultural, la historia familiar y el grupo de pertenencia. Y siempre, toda palabra que pretenda dar cuenta de la historia y del presente deseante y afectivo de una persona, necesariamente dejará afuera experiencias, fantasías, proyectos, sueños, que son conflictivos con la imagen de sí que esa palabra quiere revelar. Ese «dejar afuera» puede implicar «olvidarlos» o también resignificarlos de maneras que reduzcan su conflictividad.

 

Lo que se considera «ambiguo», es decir, lo que no es fácilmente clasificable en las categorías existentes, tiene la virtud de por su mera existencia desnudar las reglas de juego que subyacen a esas categorías.

 

Tal como sucede con la transgeneridad, que desnuda en forma implacable la precariedad de la diferencia (binaria) de género, pilar de la civilización occidental -cristiana y no-, la bisexualidad pone al descubierto cuáles son los parámetros que regulan la idea misma de sexualidad humana en este fin de siglo.

 

Escuchemos las críticas, y los temores. Los siguientes comentarios fueron pacientemente recogidos a lo largo de los años. Provienen de muy variadas clases de personas: terapeutas de diversas orientaciones, público de talk-shows en televisión, gays y lesbianas (activistas y no), integrantes de grupos de terapia, estudiantes de psicología, etcétera. Según ellas y ellos, las personas bisexuales son:

Inmaduras: porque no se definen, porque pretenden perpetuar un estado de omnipotencia infantil en el que todos los objetos son potenciales objetos amorosos.

Impostoras: porque «en realidad» son gays o lesbianas que no se treven a asumirse como tales, o que no quieren perder ni los privilegios sociales de la heterosexualidad ni los placeres de la homo.

Confundidas: porque «en realidad» no saben lo que quieren, dudan, van de un cuerpo a otro y de un género a otro buscando una falsa completud de sus débiles yoes, que se debilitan más aún en ese proceso.

Hipersexualizadas: su libido es tan intensa que rompe los diques de la represión y no discrimina entre objetos socialmente permitidos y prohibidos; en versión talk-show: «tiene ojo, me lo cojo».

Egocéntricas, egoístas, centradas en la búsqueda de su propio placer y reluctantes a sacrificar nada de sí para comprometerse en una relación adulta con una persona de un determinado género y renunciar al resto de sus potenciales parejas. Este egocentrismo en muchos casos orilla la psicopatía, ya que la persona bisexual es insensible al dolor que causa en heterosexuales, gays o lesbianas puras/os y bien intencionadas/os que confían en ella. (Esta línea ha sido explotada por el cine hasta la exasperación)

Exóticas, andróginas, ni hombres ni mujeres, criaturas de la noche y la excentricidad, artificiales, exquisitas, tan Otras que ni siquiera puede juzgárselas con los parámetros morales que sí les caben a sus hermanas/os más corrientes.

¿Cuál es la idea de sexualidad que se esconde detrás de esas críticas? En primer lugar, una sexualidad cuya culminación es un estado fijo -en cuanto a objeto, pero también en cuanto a práctica. La madurez sexual estaría indicada por la elección, sea esta hetero u homosexual, y el renunciamiento a las otras alternativas. Ser madura/o es recortar de la gama posible de experiencias humanas una sola, y adherirse a ella por el resto de la vida. Se trata de una sexualidad binaria, excluyente, y por supuesto jerárquica como lo son todos los sistemas binarios en Occidente (hombre/mujer, mente/cuerpo, blanco/negro, día/noche, cielo/infierno, etcétera). De acuerdo al círculo donde nos movamos, la perfecta culminación del proceso psicosexual será la heterosexualidad, con la homosexualidad como variante defectuosa; o proclamaremos la supremacía del deseo entre iguales, con una miríada de argumentos que van desde la exquisitez griega hasta la liberación del mandato patriarcal.

No hay vida fuera de los polos… contradiciendo la realidad de nuestro planeta donde justamente los que están deshabitados son los polos y la fascinante diversidad de la vida humana transcurre en las vastísimas zonas que se extienden entre ambos…

 

¿Por qué la bisexualidad asusta tanto que tiene que ser negada en su misma existencia? Una posible explicación, entre muchas, se relaciona con este sistema binario al que venimos haciendo referencia. Al ser jerárquicos, los binarios que estructuran el pensamiento occidental son en realidad falsos binarios. No hay equivalencia entre las dos posibilidades: siempre hay una que es «positiva» y otra que es «negativa»… el negativo de la primera, su copia deformada. En la Edad Media se imaginaba el cuerpo de la mujer como una copia deformada del masculino, sin tapujos. El lado «positivo» del binario es el «real»; el otro, es una deformación a corregir, sin entidad propia. No son dos, sino uno, y la «elección» / «renuncia» no es tal, sino una mera cuestión de desempeño, de acercarse más o menos al ideal.

En esta sexualidad normativizada, con indicadores de desempeño y metas a alcanzar, donde el deseo aparece controlado, nombrado, acotado, y el margen para lo imprevisto y para el cambio es mínimo, la bisexualidad irrumpe como elemento disruptivo. La bisexualidad no sólo devuelve su categoría de existencia al otro polo del binario sino que además despliega una amplia gama de opciones posibles entre ambos, que los relativiza y los vuelve meros puntos en un continuum en lugar de indicadores excluyentes de identidad.

La bisexualidad remite a lo móvil, al cambio, a lo imprevisto y por eso atemoriza. En ámbitos que no sean la sexualidad, se reconoce la capacidad de adaptación a los cambios como síntoma de madurez, la flexibilidad como indicio de estructuración adecuada del yo, un amplio repertorio posible de respuestas e intereses como sinónimo de salud. Y sin embargo, en lo sexual, exigimos de las personas todo lo opuesto. No es sorprendente: en el lugar de la mayor vulnerabilidad humana, donde rozamos la muerte y la desnudez, donde hasta el lenguaje adulto nos es insuficiente, es donde construimos las mayores rigideces, los imperativos más tiranos.

 

La definición más simple de bisexualidad habla de la potencialidad de sentirse atraída o atraído por personas del propio género así como de cualquier otro. El término en sí ha sido cuestionado por muchas personas en los últimos años, ya que perpetúa la (falsa) concepción de que existen solamente dos géneros -el propio y el ajeno, femenino y masculino. La existencia de una amplia gama de personas que resultan difíciles de encuadrar en esas dos categorías, y que resultan objetos de interés afectivo / erótico, exige una definición más abarcativa de bisexualidad, como la que enunciamos al comienzo del párrafo.

 

La sexualidad humana es mucho más compleja de lo que querríamos que fuera. Abarca la genitalidad, por supuesto, pero también las fantasías, la cercanía emocional, la comunión afectiva… En algunas vidas humanas -las menos- todos esos vínculos se dan, desde el nacimiento hasta la muerte, con personas de un solo género. En la mayoría de las vidas humanas, en cambio, existe una fascinante diversidad de objetos amorosos/eróticos, a veces aceptados como tales y a veces no. Si restringimos la sexualidad a su expresión genital, seguramente encontraremos muchos más casos de exclusividad, pero ni siquiera. El famoso estudio Kinsey, realizado en los años ’40 y que sólo medía relaciones sexuales que culminaran en orgasmo, provocó un escándalo al revelar la impresionante diversidad en las preferencias sexuales de la población estudiada.

 

Acordar existencia real a la bisexualidad implica una concepción de la sexualidad menos «tranquilizadora» pero más adecuada a los estándares de salud, en cuanto requiere una perspectiva flexible, abierta a la posibilidad de que se produzcan cambios. El peligro reside en utilizar la aceptación de la bisexualidad para instalar un nuevo status quo, donde las opciones «aceptables» serían tres en lugar de dos. Apenas una modificación cosmética. El desafío que plantea la bisexualidad es pensar la sexualidad humana como una materia en construcción permanente, como una historia que sólo se cierra y adquiere una forma definida en el momento de la muerte. Y abrir la puerta para validar otras expresiones de la sexualidad que todavía oscilan entre la categorización clínica (desvalorizante) y el silencio; no casualmente, son las expresiones más «asociales», las que no nos ligan a otras ni a otros, las que son todavía más sospechadas: el celibato, el autoerotismo, el fetichismo.

Estas reflexiones son un extracto de un trabajo realizado por Alejandra Sardá

Psicóloga. Coordinadora del Programa para América Latina y el Caribe, IGLHRC (Comisión Internacional de los Derechos Humanos para Gays y Lesbianas)

(Texto copiado de hegoak)

Anuncio publicitario

2007-11-22 - Posted by | bisex |

1 comentario »

  1. Hola tengouna pregunta que me gustaria que me la contesten en mi email, que tal buena seria una relacion amorosa con una chava que es bisexual los pro y contras, ventajas y desventajas, quisier amas informacion sobre eso gracias

    Comentario por pregunta | 2008-01-26 | Responder


Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: